
Tu adentro es como un mar en calma y como un océano. Tu sonrisa nunca es a medias, ni tus lágrimas lentas. En la madrugada, si el silencio es suficiente, escucho tu corazón romper contra las rocas de la realidad que nos acecha. Cualquier pena es tu pena, cualquier alegría, tu gozo. A veces, sin venir a cuento, una gota de agua estalla en tu pecho, lo revuelve, lo agita, lo convierte en remolino. El universo entero estalla, se expande, se re-crea en tu pecho. Tiemblan las emociones y los besos. Tiemblan las palabras. La cordura se deshace en una explosión de círculos concéntricos. Como una piedra arrojada al lago, las ondas te envuelven, me envuelven, nos hacen girar hasta el vértigo y más tarde... nos devuelven a la calma líquida, ancha y profunda de los sentimientos hondos. Entonces los dos sabemos que hemos renunciado a la cordura (a la cobarde, a la monótona, a la segura y cotidiana). Y yo me aferro a tu respiración, de madrugada, y tú te miras en mis ojos y te reconoces. Y los dos quedamos así flotando en la inestable superficie de un te quiero.