huérfanos de mar

lunes, julio 17, 2006

Un poeta de esta tierra escribió alguna vez, en algún lugar que las gentes de interior somos huérfanos de mar. Recordamos tal vez épocas atávicas en las que nuestra tierra formó parte del océano y nos sentimos abandonados por las olas como la arena tras la bajamar. Quizá ese sea el motivo por el que millones de hombres y mujeres del interior se desplazan cada verano a la costa con la urgencia de quien espera encontrar todo lo buscado allí, en los márgenes... El mar representa el contorno que nos define (como seres continentales o peninsulares en nuestro caso), nos limita y nos enmarca y acudimos al extremo de nuestra tierra buscando el arrullo de un mar que nunca nos ha pertenecido. A pesar de los turistas, de los niños-hijos de turista, de las sombrillas y el ruido... el mar siempre se acaba imponiendo y nos recibe con su calma que no cesa con su abrazo de olas que se rompen en la arena delicadamente...

Hay muy distintos tipos de mar. Para alguien de interior se definen por aquello que ofrecen (y por lo que niegan) El cantábrico es de una belleza salvaje que encoge el alma... El atlántico es indómito y el mediterráneo parece hecho a la medida del hombre... Es el mar más humano... Sus playas son suaves (para entrar en sus aguas progresivamente sin prisa y sin sobresaltos) y cálidas; son largas y extensas para caminar al horizonte al tiempo que la vista se pierde en la línea que dibujan los azules...

Para muchos de nosotros es una humanidad prestada, alquilada en tiempo estival, casi robada. Pero al menos por unos días podemos acercarnos a las olas y sentirnos un poquito menos huérfanos de mar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta verme reflejada en tus palabras. No dejes de mirar, de escribir, de ser espejo...

Anónimo dijo...

Mi familia me acostumbró a arrastrarme hasta la orilla de cualquiera de los mares en época estival.
Nunca me gustó el mar, quizás él no tenía la culpa, sino su arena. Para mí siempre se llamó "el" mar, con su marcado género masculino, por su bravura indomable y su cabezonería. Nunca compartí el toque melancólico que le dotaba el antecedente femenino "la".
Pero este año todo ha cambiado. Ha sido la mar quien me ha arrastrado hasta ella y las ganas de compartir su rumor con la compañía que merecía para así sentir el mejor de los calores a su lado. Ella y yo, solos, con la mar, su arena y su canto.
Ahora, ellas me han reconquistado.
Por ello, y como un huérfano de mar más, añoro una nueva huída hacia la orilla, con ella; para volver a querer volver al interior, ya recargado de nuevo del bálsamo de su bravura, su belleza y su melancolía, todas ellas abrumadoramente femeninas.

Me alegro de mirarnos con estas palabras, pero no estaría de más verte, maestro.
Un abrazo.
David

Anónimo dijo...

Como las fronteras y las banderas, las lenguas y las nacionalidades abren tantas heridas, cada vez me cuesta mas identificarme con un estado, una comunidad autonoma o una ciudad. Y ahora que de todas estas segundas pieles casi he conseguido desprenderme, hay una que se me resiste, que naci en el Mediterraneo y llevo su luz y su olor por donde quiera que vaya.
Pacosm

Anónimo dijo...

Pues yo me quedo con el mar indómito, como amante que soy del paisaje romántico. Olas de fuerza imparable que arrastran, con espuma de ansia en sus crestas, y que terminan esculpiendo con su brutalidad acantilados ancestrales donde el hombre paladea la soledad. Nada más impresionante que asistir a la galerna desatada desde lo alto de la roca, inclinado por las violentas ráfagas del viento huracanado, casi a la altura de las nubes negras que se ciernen sobre el horizonte...
De todos modos, para descansar casi mejor un día soleado en la costa Brava.