el hombre del funicular (relato a dos manos)

lunes, marzo 19, 2007

La citá alta mira al cielo y el resto duerme en el valle. La vieja muralla se encarama en la roca y queda pendida, en frágil equilibrio. Marcello levanta la vista y la pendiente se le clava en los ojos. Sonríe y gira de nuevo la ruleta del viejo transistor. Es pronto y hace frío. La espesa bruma se ha desprendido del cielo y se agarra a los huesos y a los altos, modernos, edificios de la citá bassa.

Se abrocha la cremallera, para que el gélido invierno no le arrebate el poco calor que conserva de las sábanas que ha dejado cubriéndola. Se permite recordarla, sólo un momento. Giovanna… Siempre le da ánimos para seguir... al borde del abismo… Hasta la noche, cuando vuelven las caricias y las manos se le inundan de dulzura, de momentos compartidos (que al final… son los que hacen que todo merezca la pena).

Todavía no ha llegado Claudia ni el signore Panna. La chica de la taquilla acaba de abrir la pequeña ventana asomada a la plaza. Marcello se mira las manos y suspira. Con la mirada perdida contempla el día que viene. Arriba... lentamente suave y renqueante a la vez. Abajo deslizándose en picado. El hombre del funicular repite cada 10 minutos 100 metros, pendiente al 50%. Cuatro viajes a la hora. Dos hacia arriba. Dos hacia abajo. Veinticuatro viajes al día. Acompañado por conocidos y turistas. Sólo (¿o era Solo?) con retazos de vidas mínimas en historias interrumpidas.

Como siempre… 15 minutos de espera antes de que llegue la hora. 15 minutos que en estos días de sueños marchitados se dilatan como las vías del tren con el calor. Tiene la buena (o mala) costumbre de llegar pronto. Más por temor a llegar tarde que por otra cosa. No le gusta que lo esperen. 15 minutos en los que tiene tiempo para (escucharse) respirar, para mirar hacia abajo… qué pequeña parece la ciudad. 15 minutos para que su “tren de juguete” (así le gusta llamarlo) se llene de gente apresurada y distante. 15 minutos que, como cada día, terminan con el sonido de las llaves girando en la cerradura y con el chirriar de la (sorprendentemente) ligera puerta metálica (“habrá que engrasarla” –piensa-).

Algunos saludos. El tiempo. Educación. Palabras convencionales que sólo sirven para ablandar el vacío de la cabina, la incómoda sensación de los extraños que comparten brevemente un espacio demasiado pequeño para sus egos hinchados. Mudos, casi todos lo miran con conmiseración... ¡qué tortura! Repitiendo el breve trayecto una y otra vez como un Sísifo redivivo. Condenado a no acabar nunca, a no llegar más allá.

A veces, por un momento le da la sensación de que las vías se ensanchan y el “tren de juguete” va a “echar ruedas” (como las plantas “echan raíces”) y a salirse del camino establecido, de la norma, de la rutina. Pero como la mayoría de las ilusiones, se le derrite en el alma, igual que un helado puesto al sol. Entonces se siente triste. Pero sólo un instante. No puede (no quiere) permitírselo.

El hombre del funicular tiene un punto diminuto, casi invisible, de luz en la mirada. Guarda en su sonrisa más amable que sincera el secreto de almas atormentadas, el corazón de seres inconexos cuya existencia dura apenas 10 minutos...

10 minutos infinitos en los que tiene tiempo de observar, de aprender… Muchas de las caras tristes, sonrientes, enfadadas, o simplemente adormiladas (y es que a estas horas “aún no han puesto las calles”) ya le son familiares. Literalmente. Casi se convierten sin querer en su familia diaria. Cree conocer en secreto parte de sus historias, de vidas que pasan casi sin dejar huella por su propia historia, por su cuento interminable. Le gusta imaginar cómo serán, qué harán durante el día… Así pasan las horas… ¿Tendrán una vida aburrida y monótona como la suya? ¿Tendrán alguien que los espere en casa al anochecer… para curar las heridas del tiempo vacío? Algunos le sonríen a modo de despedida… como todos los días… hasta mañana.

PepeCris

si quieres leer la HISTORIA COMPLETA

"http://elhombredelfunicular.blogspot.com"

1 comentario:

Anónimo dijo...

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